El País

Enredados por WhatsApp

Por Jorge Raventos

Entre las numerosas fobias que Alberto Fernández comparte con Nicolás Maduro, una de ellas es ahora la mensajería WhatsApp. El déspota venezolano inició una guerra contra ese sistema (que después amplió a otras redes), herramienta a través de la cual sus compatriotas han podido eludir la férrea censura informativa del régimen y coordinar los reclamos de democratización.

El expresidente argentino, por su parte, sepultó el ínfimo crédito que le quedaba cuando se conocieron mensajes, fotografías y videos pacientemente coleccionados en el WhatsApp de su exsecretaria privada, María Cantero, que hundieron su figura en el abismo.

Silencios, traiciones y lealtades

Cada uno por su lado, Fernández y Maduro han contribuido con aportes decisivos al desprestigio del kirchnerismo. Fernández siempre se proclamó socio fundador de ese movimiento y el propio Néstor Kirchner lo avaló y lo mantuvo como jefe de gabinete durante todo su mandato. Cristina Kirchner lo designó candidato a presidente y fue su vicepresidenta. Es probable que en virtud de esos antecedentes, y aun a pesar de crecientes fisuras políticas, el kirchnerismo haya guardado silencio tanto tiempo sobre los pecados que hoy emergen y que sin duda muchos y muchas conocían desde hace años. Sería un error condenar las denuncias actuales como traición y un error simétrico definir los antiguos silencios como lealtad: son variedades del fariseísmo que contamina la política y, con mayor o menor intensidad, suele afectar a todas sus familias.

Esas vacilaciones espirituales alimentaron también la extensa falta de definición kirchnerista sobre el proceso electoral venezolano. Mientras algunos de sus epígonos convalidaban en Caracas la falsa y notoriamente indocumentada proclamación presidencial de Maduro, la señora de Kirchner se tomó una semana para pedir que el gobierno de Venezuela muestre actas que puedan convalidar el resultado que invocan. Parecería lo mismo que desde el martes 2 de julio reclamaban presidentes de izquierda del continente como el brasileño Lula, el colombiano Petro, el mexicano López Obrador y el chileno Boric, pero la moderación de estos pretendía resguardar su eventual papel de mediadores para evitar que el conflicto entre el régimen y la oposición alimentara más violencia y, en definitiva, una crisis regional, mientras la señora de Kirchner pidió que exhibieran la documentación en nombre de “la herencia de Hugo Chávez”.

Aliada incondicional del chavismo desde la muerte de su esposo Néstor (éste era socio del Comandante en muchos aspectos, pero no en la sociedad con Irán, que sólo se estrecharía, a pedido de Caracas, con Cristina ya viuda), a la Señora le complica la vida la deriva indisimuladamente dictatorial de Venezuela. El relato revela un nuevo hueco que desnuda su carácter faccioso y falaz, como las declamaciones “antipatriarcales” que recitaba Fernández o los usos perversos de la justa bandera de los derechos humanos. Cuando a Axel Kicillof lo interrogaron la semana última por la situación de Venezuela, respondió: “Pregúntenle a Cristina” y cuando en La Rioja le pidieron una opinión sobre las revelaciones de los teléfonos de Fernández y de su secretaria, no habló de los hechos, sino de él mismo: se declaró “shockeado”.

El kirchnerismo siente que el terreno que pisa se vuelve cada vez más pantanoso. Del “significante vacío” que aludía Ernesto Laclau se ha deslizado a una retórica vacía y a un ya irremediable aislamiento.

Momento de dispersión

Reflejo del avanzado crepúsculo kirchnerista, la que fue su coalición antagónica, Juntos por el Cambio, se quedó sin objetivo y sin jefatura y terminó estallando. Mauricio Macri cambió el liderazgo que ejercía sobre el conjunto de aquella coalición, por el rol de jefe de un ala del Pro. La que fue su candidata terminó convertida en su principal oponente y adherida al gobierno libertario.

Fruto del desorden, el estancamiento y la insatisfacción producidos por un sistema en el que la pobreza invadió a la mitad de la población y el trabajo dejó de ser un remedio para evitarla, el país buscó el año pasado un camino distinto y votó a un candidato disruptivo. La fuerza que encarna Javier Milei contribuyó a desordenar más el viejo sistema, asociado a la polarización de la grieta, impulsando un proceso en el que se despliega la reconfiguración de la estructura política.

Los partidos atraviesan una etapa de centrifugación, necesitan forjar sus propias anclas, consolidar liderazgos, espacios e identidades, dar lugar a nuevas alianzas. Por el momento cada cual atiende su juego en un contexto en el cual el país, la región y el mundo están sometidos a fuertes vientos de cambio.

El kirchnerismo, arrasado por el colapso chavista y por el escándalo de su último presidente, se aferra aún el ascendiente de Cristina Kirchner sobre buena parte de la fuerza parlamentaria reunida bajo el lema Unión por la Patria. Esa influencia le aporta aislamiento, tanto en relación con el conjunto del peronismo (el peso político del sector K ya era ínfimo en el orden nacional antes de ser golpeado por el último fraude venezolano y el patético affaire Fernández) como con la opinión pública y la mayoría de las fuerzas políticas.

Lo que en su momento fue Juntos por el Cambio, hoy es una diáspora. La UCR está partidariamente cruzada por diferencias internas, aunque consigue contenerlas por su largamente adquirida destreza negociadora y, sobre todo, porque gobierna territorios (provincias, municipios) y conduce sectores (el universitario, por caso) cuya defensa induce al realismo.

Otros exsocios de Juntos Por el Cambio -es el caso de la Coalición Cívica y el peronismo federal que se referencia en Miguel Pichetto- se mueven con autonomía, como opositores amigables que aportan independientemente a la gobernabilidad pero rehúyen la satelización.

Un sector del Pro, con Patricia Bullrich a la cabeza, se va transmutando en una línea interna del oficialismo; otra, con Mauricio Macri al frente, resiste la cooptación pero busca con el gobierno -en los términos que usó el propio Macri- un período de convivencia para preparar un matrimonio en el futuro.

“El peronismo está en todas partes”

El peronismo, considerado como partido, es un archipiélago desordenado. Basta decir que hasta anteayer lo presidía ¡Alberto Fernández! No faltan quienes, apalancados en el deleznable comportamiento de éste y en la declinación del kirchnerismo que lo hegemonizó durante dos décadas, se apresuran a pronosticar la muerte del peronismo.

Quizás haya que investigar en otros ámbitos, buscarlo en otro lugar.

Un agudo analista liberal (probadamente atento e inmune al peronismo), Loris Zanatta, transmitió recientemente, por ejemplo, una sospecha: “Como cultura, como sistema de valores, como tipo de sociabilidad, el peronismo está más vivo que nunca y diluido en todas partes, incluso donde se cree que está ausente. Nada lo demuestra mejor que su capacidad camaleónica para adaptarse a las circunstancias cambiantes. El peronismo no capitulará ante el libertarismo, la cultura libertaria no tiene consistencia en el país, ni conexión con la historia, el propio electorado de Milei le es en gran medida ajeno. Por el contrario, será Milei quien se peronice; ya avanzó bastante”.

Victorioso en el balotaje presidencial de noviembre pero con una pobre performance en las elecciones que distribuyen legisladores y autoridades locales, es evidente que Milei necesita construir una fuerza política propia.

Mauricio Macri pudo hacerlo hace dos décadas; se instaló en un espacio temporariamente vacío en las clases medias: en abril de 2003 el radicalismo había conseguido un magrísimo 2,34 por ciento de los votos en las presidenciales de ese año; con Leopoldo Moreau como candidato y soportando aún el peso de la debacle del gobierno de Fernando De la Rúa.

Milei tiene ahora como telón de fondo el colapso del sistema político y la derrota que él mismo le infligió a un PJ controlado por el kirchnerismo.

A la tarea de poner en pie una fuerza libertaria competitiva se está dedicando un equipo de cuadros conducido por Karina Milei y da la impresión de que la primera cantera a la que le ha prestado atención es la de sectores del peronismo, principalmente de aquellos que estuvieron más golpeados por la experiencia kirchnerista. Su primera prueba serán las elecciones de medio término, el año próximo.

En ese paisaje coloidal, más allá de su escasa dotación legislativa propia actual y de la inexistencia de poderes territoriales de La Libertad Avanza, Milei se maneja con la fuerza que le otorga un ejercicio tenaz del presidencialismo.

En verdad, al menos hasta que las corrientes políticas consigan reordenarse y eventualmente alguna pueda ofrecerse como alternativa, el Poder Ejecutivo monopoliza la iniciativa. Y está en condiciones de compensar su debilidad parlamentaria y territorial articulando con los ejecutivos provinciales.

Nuevo sistema para nueva geografía

La ley Bases que los gobernadores contribuyeron a corregir y aprobar incluye un capítulo que contribuirá decisivamente a la transformación del país: el Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones, RIGI.

De hecho, ya existen -y había en carpeta- muchos proyectos de inversión listos para empezar a ser desarrollados que se mantenían a la expectativa de signos de mayor certidumbre política, algo que el RIGI otorga ahora. Por ejemplo: la aceptación de que eventuales diferendos se tramiten en tribunales de Nueva York. Nadie arriesgaría miles de millones de dólares para que eventualmente le cambien las reglas de juego y las condiciones de rentabilidad.

“En litio este año vamos a duplicar la producción del año pasado y el próximo la vamos a triplicar”, se entusiasma el gobernador peronista de Catamarca, Raúl Jalil.

El RIGI dispara un proceso inversor de una envergadura tal que puede cambiar el perfil productivo de la Argentina. Junto al eje agroindustrial de la zona centro y la consolidación de una potencia energética en la Patagonia, el país verá crecer exponencialmente su minería.

Ocho mineras extranjeras -de Francia, China y Corea del Sur- se disponen invertir más de 9.000 millones de dólares en distintos proyectos en la provincia de Salta, que gobierna el peronista Gustavo Sáenz. Según el instituto Fraser de Canadá, Salta es la cuarta región minera del mundo más atractiva.

En Cuyo el gobernador de San Juan, Marcelo Orrego, anunció que los grupos mineros BHP y Lundin Mining, tomarán el control de proyectos de minería de cobre que implicarán una inversión total en la región de 10.000 millones de dólares.

En Río Negro en Punta Colorada, YPF y la firma malaya Petronas decidieron situar su proyecto de licuefacción del gas de Vaca Muerta, con inversiones por unos 30.000 millones de dólares.

Vaca Muerta, la gran reserva de energía del país, es anterior al RIGI, pero los efectos del régimen multiplicarán su alcance. Sin RIGI de por medio, en Vaca Muerta convergen unas tres mil firmas de la región y de distintos puntos del país, proveedoras de insumos y servicios, para las nueve grandes empresas que operan en la zona.

Las grandes inversiones inciden sobre el ecosistema productivo local (pymes, empleo, etc) y también sobre la productividad, porque las grandes empresas que lideran estos proyectos suelen desarrollar programas para que sus proveedores locales estén en condiciones de proveer insumos con estándares de calidad internacionales. El RIGI determina legalmente que al menos el 20 por ciento de la inversión en proveedores se aplique localmente.

Parecen comenzar a abrirse vías para resolver un tema crucial del desarrollo económico y social de nuestro país: la disparidad en la distribución productiva entre nuestras provincias y la necesidad de cerrar las brechas regionales.

Motorizado por grandes inversiones en sectores internacionalmente competitivos y exportadores, así como por esos cambios en sus tejidos productivos y por una extendida localización federal, ya se puede entrever para los próximos años una crucial modificación de las bases económicas y sociales sobre las que deberá moverse un nuevo sistema político.

Con WhatsApp y, ojalá, sin vicios ni violencia.

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